Sábado 15/12/12 (El día en que llegué)
El comienzo…
¿Qué harás ahora que estás sin trabajo?
¡Me voy!
¿A dónde vas?
Al
sur a buscar artistas - respondí frustrada.
Por qué no los buscas aquí en Santiago -
preguntó mi amigo
Porque los viajes son más interesantes, la
capital siempre es protagonista, quiero crear una historia muy, muy lejos de
aquí.
No creo que sea algo prudente… deberías
trabajar y especializarte.
¿Dices que vivir del arte no es un trabajo?
He… digo que ese viaje no parece un trabajo
– comentó algo confundido.
Si es solo un viaje sigue siendo bueno, no
tengo nada que perder – dije convencida
Cuídate, solo cuídate mucho, si vas a
arrancar no te vayas muy lejos, me tengo que desconectar, hablamos… - escribió
dejando la conversación.
Te pones analizar tu rutina y sientes que
es una ley por cumplir ¿Por qué es tan absorbente? Sabes que en ocasiones ahoga
pero sigues ahí convencido de que el beneficio lo vale. Entonces… despiertas
después de algunos años, cuando te echan y te cuestionas:
“No hice nada para mí” piensas deprimido ¿Qué pasará con mi familia? Lo mejor
que les entregaste era tu trabajo pero ahí comprendes que nunca fue tuyo.
Pregúntale a un artista de quién es el
negocio y responderá orgulloso que es suyo, ellos comparten su energía y
esfuerzo en sus obras, dejan de trabajar cuando se regalan un día, viven
haciendo lo que aman, sin miedo a la pobreza, tienen una estabilidad envidiable.
Los admiro… las personas que se dedican al
arte son grandes, saben que no es un camino cómodo pero lo toman porque tendrá
su nombre, y así nacen grandes artistas que lo dan todo por su pasión, más
que la fama y el dinero, es poder expresarse cuando sienten que el sistema no encaja con ellos. En vez de odiar el destino, tocan una melodía en su nombre y asumen
que la tristeza en parte de su inspiración.
¿Cuándo tienes rabia has pensado en crear algo
bueno?
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